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“Los salarios suben por la escalera y los precios por el ascensor”

Desde la década del setenta, se popularizó esta frase que titula esta columna para describir la situación económica argentina de por entonces. Ese escenario se ha repetido en varias ocasiones en la Argentina dañando fuertemente el nivel de vida de los trabajadores. Y el período 2015-2019 no escapa a esa lógica implacable, donde el Trabajo argentino retrocede en la distribución del ingreso nacional y el flujo de la riqueza gira hacia las arcas del sector al que denominamos Capital.

A meses de llegar a cumplirse el mandato constitucional de la gestión Cambiemos, la inflación sigue su curso galopante, creciendo mes a mes, en términos de la comparación de la inflación acumulada interanual. Además de la velocidad en que se producen los aumentos de precios en la actualidad, se destaca lo desigual de este proceso. Esta desigualdad se da en la órbita de la distribución del ingreso. Con una macroeconomía tan inestable, en los últimos años se potenció la concentración del ingreso en quienes detentan el manejo del factor productivo conocido como Capital y se verificó un deterioro notorio de los sectores de ingresos fijos, esto es: sueldos, salarios, pensiones y jubilaciones.

Los alimentos que integran la canasta de consumo alimentario básico se encuentran entre los que más suben. Se trata de bienes de baja elasticidad, que en relación a su consumo, no pueden ser sustituidos o postergados por otros ante los evidentes aumentos de precios. Son bienes sensibles, porque representan una proporción mayor del consumo de las familias que conforman los segmentos socioeconómicos más bajos. Por lo tanto, las subas brutales que se han evidenciado en estos productos han impacto directo en los indicadores de pobreza y de indigencia.

La vinculación directa entre aumento de tipo de cambio y precios de los alimentos, pese a la “tranquilidad” cambiaria de los últimos meses, sigue mostrando evidencia de recuperación de estos precios dolarizados tras los últimos saltos cambiarios. Recordemos que a escasos días de haber asumido en su gestión, el presidente Macri junto al por entonces ministro de Agroindustria, Ricardo Buryaile, dolarizaron el precio de los alimentos al eliminar las retenciones al trigo, maíz, carne, y al producir una devaluación del peso cercano al 50% (hoy acumula una depreciación superior al 500%). Fidelidad absoluta a la máxima del “nos acostumbramos a comer barato”, del ex dirigente “formoseño” de Federación Agraria.

En la infografía que presentamos a continuación, seguimos de cerca a los aumentos de precios de los alimentos que se produjeron en los últimos meses.

Detallado por productos, se registraron en mayo subas considerables en harina (+98,6% interanual), fideos (+93,0%), pollo (+92,2%), leche (85,5%), arroz blanco (+79,7%) y aceite de girasol (70,7%). Estos aumentos dejan ver que existe un proceso asimétrico que se separan de la inflación promedio. Por ejemplo, el rubro “leches, lácteos y huevos” en un año ya aumenta 24,3 puntos por sobre la inflación general. En similar sentido, “aceites, grasas y mantecas” sube 24,2 puntos sobre la inflación promedio, mientras que “café, té, yerba y cacao” y “carnes y derivados” lo hacen en 17 y 11,6 puntos porcentuales, respectivamente. 

Asimismo, los precios mayoristas aún permanecen más de 10 puntos sobre la inflación minorista, hecho que da cuenta de que los precios (en particular los márgenes de rentabilidad) están comprimidos y esto garantiza la persistencia de la inercia inflacionaria para los meses venideros.

En cambio, la contracara es la rotunda caída del poder adquisitivo de los ingresos. Medido en relación al índice de salarios, se registra una caída de poder de compra de alimentos y bebidas en el orden del 17,8% en el último año. Esto se agrava si se segmenta dentro del universo de los trabajadores. Por ejemplo, la pérdida de poder de compra de los trabajadores informales en términos de canasta básica alimentaria alcanza el 21%. En el último año, el peso de la canasta básica sobre los salarios y las jubilaciones, se incrementó en más de 14 puntos porcentuales.

Se confirma la sentencia de que los salarios suben por la escalera y los precios por el ascensor. Hay que volver a poner el precio de los alimentos en una relación razonable con los ingresos populares. Y sólo lo puede hacer un Estado que revierta estos procesos de redistribución regresiva de los ingresos y que ponga reglas de juego claras al empresariado nacional. Garantizando márgenes de rentabilidad adecuados pero que los mismos no estén basados sobre el esfuerzo y sacrificio del trabajo argentino. Mucho menos sobre índices escandalosos de pobreza, miseria y hambre.

Lucas Rodríguez

Instituto de Economía Popular Formosa
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