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De la muerte a la vida, esperamos la promesa

Gracias al Misterio Pascual -pasión, muerte y resurrección de Jesucristo- hemos pasado de la esclavitud a la libertad, de las tinieblas a la luz, de la muerte a la Vida. San Juan lo expresa con toda claridad: Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a los hermanos. Quien no ama permanece en la muerte. (1Jn 3, 14).



Hemos celebrado el Misterio Pascual en nuestras comunidades; mejor aún, lo seguimos celebrando, porque éste misterio es tan grande, que nuestra madre Iglesia nos ofrece cincuenta días para vivirlo y recrearnos en él. El gozo y la alegría son las notas distintivas de este tiempo pascual, el más hermoso e importante, que da sentido a todo el año litúrgico.



Ahora sentimos que nuestra vida está centrada en Dios, y que vivimos, no para nosotros mismos, sino para Aquél, que por nosotros murió y resucitó. (cf. 2Cor 5, 15). Ciertamente, el Año Jubilar de la Misericordia, convocado por el Papa Francisco, está marcando nuestra existencia, y la vida de toda la Iglesia. Abocados, como estamos, a “Ser misericordiosos como el PADRE”, hemos hecho memoria de lo que ya el Papa, san Juan Pablo II, nos decía hace 30 años atrás: El misterio pascual es el culmen de esta revelación y actuación de la misericordia, que es capaz de justificar al hombre, de restablecer la justicia en el sentido del orden salvífico querido por Dios desde el principio para el hombre y, mediante el hombre, en el mundo… Creer en el Hijo crucificado significa « ver al Padre », significa creer que el amor está presente en el mundo y que este amor es más fuerte que toda clase de mal, en que el hombre, la humanidad, el mundo están metidos. Creer en ese amor significa creer en la misericordia. (DM, 7).



Podemos afirmar, sin equivocarnos, que en este tiempo tan especial, hemos sido saciados de la Misericordia divina por la Sangre preciosa de Jesús, nuestro Salvador, Sangre que ha lavado y purificado nuestros pecados; por eso desde ahora, como nos exhorta Pablo, buscamos y anhelamos las cosas de arriba (cf. Col 3, 1-2). Y teniendo conciencia, como oramos con la Iglesia, de que el misterio pascual es el “remedio de todos los males”, nos esforzaremos por cumplir las instrucciones del Señor en este tiempo pascual: esperar la Promesa del Padre, el Espíritu Santo. (cf. Hech 1, 4-5). Quién, además de recordarnos permanentemente las palabras del Maestro, nos dará la fuerza para vivir y testimoniar el amor misericordioso de Dios.



Ahora nos damos cuenta que para “Ser misericordiosos como el Padre, es necesario, antes de nada, creer que Dios ha sido y es eternamente misericordioso, que Jesucristo, su Hijo, ha realizado y manifestado su gran misericordia al entregar totalmente su vida por nosotros, y que el Espíritu Santo, derramado en nuestros corazones, nos hará vivir este misterio grande del amor: la Misericordia Divina.

Después de haber conocido y experimentado en nosotros mismos la misericordia de Dios, ya que tan bondadosamente ha perdonado nuestros pecados, nos dispondremos, agradecidos, con alegría y gozo, a ser testigos de la misericordia divina, en favor de nuestros hermanos. Así queremos vivir, en este tiempo pascual, ahora y siempre.





María, Madre de la Misericordia, nos proteja y acompañe. Y nosotros, con la ayuda de la gracia, perseveremos hasta el final. Mi bendición para todos y de nuevo, como el mes pasado, les deseo de todo corazón: